Impresionante es la actuación de Amparo Noguera en la obra “La vida que te di”, con reciente temporada en el Centro GAM. En la puesta se fusionan los textos de la obra del mismo nombre del legendario dramaturgo italiano Luigi Pirandello, con los de la dramaturga Carolina Rojas, pero al ritmo del testimonio desconsolador de Eliana Pérez, una madre chilena víctima del asesinato de su hijo en un centro del Servicio Nacional de Menores SENAME.
El teatro nunca renunció, en estas décadas, a tratar los temas evadidos por todos y con la profundidad acorde. Aun así, al acercarse al sufrimiento, el arte pide permiso para iniciar la función. Amparo Noguera y todo el equipo inician la obra con un ritual de valioso respeto, pidiendo la venia a Eliana Pérez, en el mismo tablado, para poder interpretar su drama vía on line.
La madre, antes de consentir, le instala un dilema como la esfinge de Tebas a la intérprete ¿Quién eres?, le consulta. Nada se podrá hacer si Noguera no resuelve esa interpelación. Eliana Pérez re ingresó a su crío en desgracia en su útero espiritual, para poder sobrellevar su asesinato, para darle otra vez vida en el alma. En tanto, la actriz aspira a instalar en sus huesos a la mujer, para hablar desde y como ella, sobre un Chile muy distinto al de su cuna. Sólo el arte permite romper la cerca social. Amparo responde, finalmente, “soy una actriz” y se abren las puertas.
La obra no sólo cruza los umbrales de la vida y la muerte, es una encarnación para la actriz. La madre construye todo un nuevo universo, en el cual el chico está dentro de ella, ahora que los asesinos y el Estado se lo arrebataron. Relata la áspera verdad de un hogar imposible, con un esposo abusador impune, con quien fue insostenible entregar un hogar estable.
La ejecutante es una médium al servicio de la bailanta del descendiente, devenido en renegado. Hace hablar en su acento a la madre y al retoño en las coordenadas del mundo donde les tocó sobrevivir la pobreza y la violencia. La luz de la obra está alimentada de claroscuros, hay una máscara grotesca con el rostro desfigurado por golpes recibidos, pero todo reposa en la ternura de una habitación de adolescente, donde la madre decide irse a vivir en sueños, junto a los peluches del niño que no pudo rescatar de la marginalidad social.
Este paralelo entre la obra “La vita che ti diedi” del dramaturgo Luigi Pirandello y la tragedia de esta madre víctima de la negligencia del Estado, nos permite integrar una variante social a este tema universal. Vivimos en un país ultra segregado en tres realidades: Chile 1, 2 y el 3. Tal vez por ello, el equipo pide a través de Amparo Noguera permiso para entrar a la casa de Eliana.
En Chile 1 las instituciones funcionan, la educación es de calidad y hay una red post universidad óptima para el desarrollo profesional. En Chile 2 se vive endeudado, ya no hay opción en lo fiscal y las tarjetas buscan financiar una educación privada de mala calidad, mientras la red laboral es famélica, pues los dueños del capital poseen los mejores trabajos también. ¿Y qué esperar en Chile 3, donde transcurre la obra?
Cuando Chile 1 y 2 tiemblan por la nueva delincuencia, olvidan cómo en el país 3 ello se vive en cada cuadra, entre balas locas, micro tráfico, narcos funerales, plazas tomadas, en ausencia total de la policía, cifras de embarazo adolescente impresionantes y barras bravas ostentosas de su matonaje por los barrios, pues se saben esbirros bien pagados desde el país 1 o el narco.
La Vida que te di posee el mérito de situar la obra de Pirandello en Chile 3. La madre no sólo vive el calvario original del asesinato impune, debe sobrevivir a un duelo rodeado de violencia, viendo como su desdicha, será desventura pronta en otro hogar, donde el niño sale a la esquina a buscar el delito promedio, pero termina muerto en un hogar del Sename, a manos de criminales más violentos y un Estado indiferente.
El joven cayó en las fauces de un tiburón de acero, donde ese pez de mayor tonelaje impera en un mar carente de todos los códigos de antaño. Hace 20 años el delito lo cometía una persona con críos a cuestas y lo ejercía como oficio, hoy son bandas de juventudes Mad Max de 14 años, inmisericordes, ávidos por ostentar en las redes sociales su hazaña. No planifican ni ponderan consecuencias. O matan sin necesidad, o son capturados de formas ridículas, pues su meta es lograr “likes” en esta era de Warhol.
En la obra de Pirandello la madre construye todo un universo entorno a su adolescente desaparecido por siete años, quien al volver no es reconocido por la alterada progenitora. El dolor la llevó a edificar, por segunda vez en sus entrañas, la vida de un meta-hijo que no coincide con el retornado. Ella, al conocer con posterioridad la muerte material de su vástago, prefiere convertirse en emblema de un dolor, para anteponerse a la muerte física e involucra en esa ficción a la viuda de su retoño, ocultándole el fallecimiento definitivo.
A diferencia de la madre de Pirandello, la chilena se rodea de perfumes, objetos y cosmologías del adolescente ausente, en un acto de paz. No desea mostrar a otros su nueva y privada realidad virtual, donde el muchacho habita en su emoción y pensamiento. No anhela, como en Pirandello, embarcar a otra persona en su nuevo parto. Ella debe seguir en Chile 3, donde desde el primero al tercero no perderán oportunidad de decirle cómo ya no hay reglas, interés por su calamidad, ni justicia.
A casa doliente no se entra sin avisar, ni pedir permiso.
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