Poco a poco establecimos amistad, los domingos era el único día que adquiría el diario, pero lo recibía con sorpresa. Las primeras veces creí que había sido un error, pues en su interior traía el diario, en esa época clandestino, El Siglo, órgano oficial de PC. El domingo siguiente le dije, de la sorpresa que había encontrado en medio del más conservador diario chileno. Sin duda que su risa fue amplia y cómplice. “Cómo va a perder el tiempo leyendo mentiras”, le dije que la única razón de su compra era encontrar un mejor trabajo. Aquella era la rutina dominguera matutina. Me narró que esa era su aporte al partido, hacer llegar las ideas a militantes y simpatizantes.
En Madrid tuve la oportunidad de conocer a Carlos Huerta, viejo militante del MIR en Casa de América, yo había sido invitado a acompañar a Aukán Huilcamán, a propósito de la declaración DDHH de los pueblos indígenas. De visita en Santiago me acompañó a comprar el diario. En realidad para mí fue un deleite escuchar a estos dos personajes dialogar sobre aciertos y errores que cada uno se adjudicaba.
En un momento el tono de la conversación fue subiendo y Huerta le dijo que ellos no habían sabido defender las conquistas alcanzadas, que las revoluciones a medias tenías costos irreparables. Nuestro diariero no perdió la calma y le respondió que ellos eran como la chépica, que en invierno se seca pero esta siempre creciendo bajo la superficie. Huerta, sorprendido con la respuesta, le replico que en Siberia ni su famosa chépica germinaba. Nuestro diariero no se achicó y respondió “a cada suelo su semilla”.
Con el diario bajo el brazo nos fuimos a la feria de Consistorial a visitar a otro personaje: El librero de Peñalolén. Pero esa es otra historia.
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