“Los hijos son prestados - decía mi mamá - las mamás buenas tienen muchos hijos e hijas”. Por muchos años esas palabras no eran de mi mayor agrado, uno quisiera a la mamá sólo para uno. Con los años aprendí que no sólo era algo que ella decía, que era cierto. Ella tenía hijas (especialmente) e hijos por todos lados. Apapachaba a mucha gente, no se imaginan por ejemplo la cantidad de historias que he escuchado acerca de liceanas en problema que mi madre adoptó temporalmente o de por vida. Era también madrina de muchas. La Flor, era amiga en serio de sus amigas. Particularmente de las viejas del liceo. Todas ellas nos acompañan aquí.
La Flor de mis recuerdos es más que nada la de mi niñez, la adolescencia y los primeros años de juventud adulta. Es la mujer que tenía 30 y tantos. Joven, energética, deportista, la super-mujer de los 60s y 70s, esa que describía Isabel Allende en su columna semanal en la Revista Paula, cuando el feminismo era aún hacerlo todo. Ser la esposa tradicional y también querer cambiar este país para hacerlo más justo y equitativo para todos. Ella me contó por ejemplo que, para la elección del 64 cuando perdió Allende, yo lloré. La verdad creo ahora que fue Flor la que lloró. Ella tenía 31 años en esa época, era menor que mi propia hija hoy con 33. Celebró con sus compañeras la elección del Dr. Salvador Allende. Lo celebramos juntos. Debemos haber estado en Quilpué porque ellos iban a votar allá. No quiero darles muchos detalles de ello, sólo decir que en muchas conversaciones ella era la minoría entre parientes de derecha y centro. Por supuesto, sí estaba el tío Rolando que la apoyaba, pero la que hablaba, y a veces enojaba, era la Flor.
Hace unos días, tuve esa sensación fuerte de una patada en el estómago cuando escuchas decir que tu madre se va a morir en uno o dos días, aún me duele. Sabíamos que si entrábamos en el mundo de la morfina, después de días de enfermedad y dolor, el camino era sin vuelta. Flor quería irse de este mundo, estaba agotada con los dolores, con la sensación de un cuerpo que colapsaba, quizás un cuerpo que ella quizás ya no reconocía más. Flor era hermosa, muy atractiva, de grandes ojos verde azul, mina realmente, si miran las fotos de adolescente, de joven adulta y de adulta mayor ella siempre estaba linda. Por eso fue tan importante traer la ropa que vino con ella desde su vida en México. Su tercera patria, su segunda patria fue Brasil.
Estaba conversada la decisión de morir con dignidad. Es como la manera abrupta en que nuestra Flor hablaba a veces. Hay algo de ser un Rojas Bravo que no deja monos parados. Flor como todos sus hermanos y hermanas era de una mordaz lengua, dirigida a sus más queridos y también lejanos de turno en sus comentarios, cualquiera sea, desde un presidente hasta un animador de la tele, o un comentador del diario. No hay duda de dónde viene esa - a veces -peligrosa lengua, lo que a algunos de nosotros nos mete en problemas de vez en cuando. Iba directo al grano, sin disculparse, nada de medias tintas, nada de fácil en ocasiones. Con mis hermanos, cuando en los últimos años se recuperaba de alguna de sus enfermedades, sabíamos que estaba recuperándose cuando nos decía algo medio pesado, nos ironizaba, o simplemente nos mandaba a la cresta. Ese era un buen signo que se recuperaría. Mi madre comenzó a casi no hablar estos últimos meses, imagínense lo difícil en cuarentena que era eso, no la podías abrazar.
Flor es la última sobreviviente de los Rojas Bravo. Tíos y tías para mí inolvidables porque cada uno tenía un carácter “bravo”, fuerte y muy distinto. Ella quería mucho a sus hermanos, incluidos los dos que fallecieron demasiado temprano. La Flor tenía también hermanas profesoras, mujeres independientes en mundos machistas. Pero no puedo hablar mucho de toda su vida. Sólo de algunos momentos, de los que uno vivió con ella. He compartido una foto de un momento que no tengo el recuerdo, ella sale con mi hermano y yo, muy joven en sus 30 y algo años, desde el hotel de su madre, la Yayita. Saliendo con nosotros a pasear quizás por el jardín del Hotel Palace. Miro esa foto en que ella tiene su mano sobre mi cabeza y aún siento la mano aquella, la sentí al momento de morir, la sentía cuando enfermaba y no podía dormir. Tampoco puedo recordar el momento en que ella corrió a protegerme a mi cuna (ya embarazada de Daniel) cuando ocurrió el gran terremoto de Concepción en 1960.
La vida de Flor fue, sí, llena de momentos abruptos. Tuvo un hermano chico - Darwito - al cuál lo mató un árbol que cayó sobre él y un hermano que se suicidó. Un padre que falleció tempranamente. La Flor, resiliente, también aparte de estudiar Pedagogía en Educación Física y dedicar gran parte de su vida a la educación pública en el Liceo Experimental Darío Enrique Salas, no se quedó tranquila y volvió a estudiar Orientación Escolar al Pedagógico. Aprendí con ella que nunca es tarde para estudiar y aprender algo nuevo. Ella siempre estaba aprendiendo. La recuerdo con su máquina de escribir, papel calco, haciendo trabajos con compañeras en el comedor de la Segunda Avenida en San Miguel. Cuando a los 47 años me volví a graduar, siempre la tuve en mi mente.
El Golpe Militar fue brutal, cambió nuestras vidas, pero sin dudas y en particular la de mi madre, no lo decía mucho, pero fue terrible. Flor no sólo se une a sus hermanas y hermanos, también se reúne a su hijo Rodrigo. Se reúne también con su gran amigo desaparecido, nuestro profe de música Arturo Barría, aniquilado en las fauces de la tortura en el año 1975, y al que fuimos a dejar (en la misma Citrola de siempre) cerca de las inmediaciones del Regimiento Tacna cuando fue citado y, en nuestra ingenuidad, lo esperamos en la calle Beauchef hasta la hora antes del toque de queda. Desde ese día dejó Flor de escuchar música, su música. Arturo nunca más apareció después de haber estado en Cuatro Alamos y Villa Grimaldi. A ella le encantaba la música de su colega profesor Richard Rojas, del Patricio Mann, los Cuncumén, y otros tantos que eran parte de la cofradía de gente que pasaba por nuestra casa. Flor fue siempre de izquierdas, siempre, aunque no lo anunciará con un carnet de militante, por ello debía tener claveles rojos y por esas cosas casi improvisadas se fue de negro y rojo. Nunca militó, era demasiado rígido eso para ella. La llevé contenta a votar a la última elección presidencial.
Espero que se encuentre con Arturo y también a una de sus alumnas predilectas, de esas que se iban a mi casa a almorzar o a tomar onces, la Lumi Videla, también asesinada por la dictadura y su cuerpo abandonado en una playa. Se va a alegrarle la vida a la Yayita y a reunirse con el grupo de viejas del Darío, la Noemí, la Rebeca, las Carmen, Rosa, Adriana y tantas otras que fueron parte de ese movimiento de pedagogas comprometidas con una educación inclusiva, experimental, donde todos y todas pudieran ser respetados y queridos. Sus grandes amigas, la Guille y la Gilda me recuerdan lo importante de las amistades de toda la vida. Sé que ellas estarían aquí con nosotros si no fuera por esta maldita pandemia.
Flor deja una tremenda herencia de alumnas, especialmente, a las cuales apoyaba en todo, desde subir las notas a facilitarles contactos para que pudieran hacerse un aborto por un embarazo no deseado. Recuerdo de chico pasar con ella a dejar comida a los profesores en largas huelgas durante los 60s. La recuerdo siempre dejando una bolsa de comida, a veces cada día. La Flor se llevaba a sus alumnos en tren al sur, recuerdo que Daniel y yo hicimos turnos para acompañarla. Ese proyecto de educación pública que se fue construyendo por años se desarmó completamente con el golpe militar. Perdió a muchas de sus grandes amigas en el exilio y la cárcel. La amenazaron y después de aguantar por un tiempo la ignominia fascista, se refugió como orientadora en el recién fundado Colegio Francisco Miranda, ahí en Ñuñoa. Fue un refugio que duró unos años hasta que emigró a Brasil con Pedro y Claudia.
En 1979 se fue con Pedro y Claudia a Brasil, en un periplo que más tarde los llevó a México antes de regresar a Chile. En esos países mis recuerdos son de momentos de vacación en la Barra de Tijuca, Cuernavaca o el DF, esa fue una nueva era para ellos. Flor pasó a recibir las visitas constantes de parientes y amigos en donde obviamente ella hacia de host, algo que Flor probablemente heredó de su madre, una hotelera donde continuamente llegaba nueva gente y mucha permanecía por largo tiempo, pasando a ser parte de una suerte de familia extensa.
La Flor tenía ese don maravilloso para cocinar las mejores empanadas de hoja, el pastel de alcachofas, los rellenos de pechuga de pavo, los porotos granados, el mazapán oscuro, los kuchenes de Domingo, y los más fantásticos repollitos y profiteroles de la vida, o los merengues, las galletas de pascua y el mejor queque de pascua, para qué sigo, nos va a dar hambre. Claro, más tarde cuando perdió la pega de profe, hasta cursos de cocina en el INACAP hizo y comenzó un pequeño emprendimiento de empanadas y tortas mil hojas.
Flor era una mujer del siglo XX, no alcanzó a ser parte de un grupo whatsapp, pero todos se sentían acogidos por ella, que estuviera era suficiente. No conozco personas que no le tengan un cariño y agradecimiento inmenso. Le estoy agradecido por haber confiado siempre en mí. En mis decisiones. Le estoy tremendamente agradecido por haberme apoyado en mis decisiones y aventuras desde muy chico. Desde si ir a un colegio público o privado, desde si quedarnos en Chile o no. Le estoy agradecido por haberme siempre querido mucho, aunque a veces deseara que mandara a la chucha a mi papá cuando las decisiones no hacían sentido.
Heredo muchas cosas de esta brava Rojas. El no tener miedo a decir las cosas, el tener compromisos políticos, cuestionar el poder, tener pasión por el aprendizaje continuo, por la ética, y también un cariño grande por la comida como una manera de entregar amor. Me quedaré con todo eso y más. Con las centenas de cartas de la época en que mi hermano y yo nos quedamos en Chile, cuando comenzó la adultez para nosotros con ellos afuera del país. ‘
Mis hijos te van a extrañar siempre. Tú eras la abueli. Los quisiste mucho y aunque los conociste poco por estar tan lejos, siempre han estado preocupados por ti. También Bethania y Diego han querido honrarte durante estos días.
Estoy tremendamente agradecido de haber estado contigo en tus últimos días, horas y segundos. De haber compartido una siesta contigo la tarde del miércoles, me llevaré las siestas tuyas conmigo.
Te quiero Madre mía, uno de más de quizás cientos de hijos e hijas y ahijadas, dale un beso a Rodrigo. Vas a estar contenta donde estés.
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